martes, 4 de noviembre de 2008

CAMPOS DE CONCENTRACIÓN EN MUROS.

Hice la instrucción en el ´Cervera´, el buque que años antes me capturó al huir por El Musel»


Vicente Rodríguez revive su salida de Gijón y su reclusión de 33 meses en campos de concentración y batallones de trabajadores




J. MORÁN
A las nueve de la noche del 20 de octubre de 1937, Vicente Rodríguez Alonso, de 16 años y militante del Partido Comunista (PC), llegó corriendo al puerto de El Musel. «Pasé junto al barco "Monseny" y bajé por la escala». Comenzaba así la huida de Gijón de aquel chaval que después iba a pasar 33 meses apresado en campos de concentración y batallones de trabajo.

Vicente Rodríguez Alonso (La Felguera, 1921) revive para LA NUEVA ESPAÑA los sucesos de aquel día en el que las tropas del Ejército nacional estaban a punto de entrar en Gijón, lo que supondría la caída del Frente Republicano del Norte. Ese mismo día 20, a la hora de comer, su padre, Fernando Rodríguez, un señalado dirigente comunista, le había dicho a Vicente que le esperaba antes de las cinco de la tarde en la sede del PC, en la casa de Paquet, junto al muelle de Gijón. Pero el chaval se retrasó por cumplir la orden de ir a las tres de la tarde a inutilizar la emisora gijonesa EAJ-34. Cuando llegó a El Musel, su padre ya no estaba.

«Éramos unos cientos los que llegábamos al puerto; entramos como Pedro por su casa, sin que nos tropezáramos con soldados armados o ametralladoras que nos impidieran buscar algún barco. Eso sí, había mucho barullo y se quedó mucha gente en tierra».

A bordo del «Monseny», Vicente Rodríguez observó que «era la noche más clara que he visto en toda mi vida, con una visibilidad de varias millas». En aquel tiempo, controlaban El Musel buques nacionales «como el "Cervera" o el "Júpiter"». El primero de ellos, el crucero «Almirante Cervera», fue el que interceptó al «Monseny», «hacia las doce de la noche, tras un par de horas de navegación», y Vicente Rodríguez acabó en los calabozos del buque. «Nos llevaron a Ribadeo y empezó a nublarse y a llover; ¡lástima que la noche nublada no hubiera sido la de ayer!, pensé». Vicente Rodríguez recuerda, asimismo, que «a las cuatro de la madrugada del día 21, cuando las tropas nacionales ya estaban en La Guía, salió del muelle el "Santa Elena", custodiado, porque llevaba enfermos; pudo salir y llegó a su destino».

Tras pasar la primera noche retenido en Ribadeo, «al día siguiente, nos llevaron a varios de los barcos capturados a La Coruña y nos preocupamos mucho cuando vimos a militares franquistas que colocaban ametralladoras frente a los barcos; pensábamos que nos íbamos a quedar allí, muertos». Sin embargo, «pasaba el tiempo y no disparaban; después supimos que aquellas ametralladoras eran para protegernos de la Falange, que quería hundir los barcos con nosotros dentro».

Después de 15 días en La Coruña, «nos llevaron a Muros de San Pedro, donde había dos campos de prisioneros, uno abierto y otro cerrado. Primero estuvimos en el abierto, amplio, sin alambradas, donde nos recibió un capitán requeté retirado, que se apellidaba Pardal».

Eran unos 600 prisioneros, «pero no había listas, de manera que no se sabía exactamente quiénes éramos los que estábamos allí recluidos». Hoy, a sus 87 años, Vicente Rodríguez reconoce que «no sé cómo enjuiciar aquello que nos sucedió con Pardal. Nos pidió que hiciéramos una carretera para que llegaran desde el pueblo los víveres al campo, y la hicimos. Pasado un tiempo, una noche oímos a Pardal que gritaba: "¡Hijos míos, hijos míos, que se me ha embarrado el camión, venid a ayudarme, por favor, por favor!". Estaba soplado. Fuimos y le sacamos».

Vicente Alonso iba a coincidir en ese campo con Higinio Carrocera, el militar anarcosindicalista, natural de Barros, que había batallado el septiembre anterior en El Mazucu contra el avance nacional. «Una mañana veo a Higinio en el campo y no me dice nada, pero a los diez minutos me manda a uno que me dice que vaya a la enfermería. "Desearía que no me reconociera nadie", me dijo, y yo le respondía que así sería por mi parte, automáticamente». Carrocera sabía que su vida valía muy poco en aquel momento. «Iban al campo contrapartidas de falangistas de La Felguera y Sama y, entonces, le ocultábamos bajo colchonetas».

Después, «en diciembre de 1937 o enero de 1938, cerraron el campo abierto y nos llevaron al cerrado, dentro del pueblo de Muros, amurallado. Entonces sí hubo listas y controles. Una pareja de la Guardia Civil llegó un día y cogió a Higinio Carrocera. Se dice que había sido un chivatazo, pero no se supo de quién. Le llevaron a Oviedo y en febrero lo condenaron a muerte».

Por lo que respecta al destino de Vicente Rodríguez, «en el campo cerrado se presentó un auditor de guerra y me interrogó. Había una disposición que decía que a los capturados de 16 años o menos, sin delitos de sangre, serían liberados. Era mi caso. Me llamó el auditor y me pidió la domiciliación».

Durante la guerra en Gijón, «había vivido con mi familia en el número 25 de la calle Uría, piso 4.º izquierda. En ese mismo edificio también había vivido la familia de Juan Ambou. Le dije al auditor que mi domicilio estaba en Gijón; si le digo que era de La Felguera me machacan, porque era el hijo de un destacado comunista». Sea como fuere, «el auditor pidió informes sobre mí, pero, al no recibir nada, mantuvo mi reclusión, aunque puede que recibiera algo de La Felguera, donde yo ya no tenía familia, salvo lejana».

Al tiempo que Vicente Rodríguez pasaba por todas estas vicisitudes, «mi padre había salido de El Musel en el barco "Conchita" y pasó a zona republicana. Le nombraron gobernador civil de Castellón y Teruel, que para entonces ya estaba tomado por los nacionales. Recuerdo que estando en el campo de Muros hubo compañeros que me decían que mi padre había sido gobernador». Al acabar la guerra, «le cogieron en Alicante. El hecho de haber sido gobernador significaba la condena a muerte, pero se la conmutaron y permaneció desterrado en Valencia. Al cabo de un tiempo, un juez le dijo que tenía que presentarse ante el Tribunal de Orden Público, que juzgaba a masones y a comunistas. Su pena iba a ser de un mínimo de 11 años, así que huyó». Cuando Fernando Rodríguez logró escapar, «su intención era venir a Asturias para incorporarse a la guerrilla, pero le falló el enlace. Vino de Soto de Rey a La Felguera y le dijeron que huyera inmediatamente, porque era uno de los comunistas más señalados».

Posteriormente, «el PC le ayudó a salir hacia París. "Me pasó la frontera un falangista, por una propinilla", me contó después, cuando nos encontramos en París 14 años más tarde». Vicente Rodríguez se había quedado sin familia directa en España. «Mi madre había muerto en el año 1933 y mis hermanos se habían ido a Rusia, como mi padre y su compañera. Intervinieron Pasionaria y Semprún para que pudiera entrar en Moscú. Falleció allí, en abril de 1968, a los 70 años».

El veterano gijonés considera que «mi padre se había aliado desgraciadamente con las Juventudes Socialistas Unificadas de Carrillo; porque hay dos tipos de político: el revolucionario y el de salón. Carrillo es político de salón y mi padre era revolucionario. Antes de la guerra, la Policía llegaba cada poco a mi casa y decía: "Fernando, vamos a dar un paseo". En aquellos tiempos había siempre un sabotaje que aclarar».

Vicente Rodríguez agrega que «el político revolucionario está o en la cárcel o perseguido. Mi padre no pudo formar familia: siempre estaba o en congresos del partido, o en prisión o perseguido».

En cuanto a él mismo, «no me dejaron libre en Muros y después me llevaron a Cedeira, también en la provincia de La Coruña. Estábamos en plena playa, donde había fusilamientos. Pasé después a San Pedro de Cardeña, Burgos, al monasterio, con prisioneros de las Brigadas Internacionales. Después me llevaron a un batallón de trabajadores en Fuenteovejuna, Córdoba, y en junio de 1940 me liberaron, cuando se deshizo el campo de Tarifa, Cádiz, que estaba junto al faro».

Tras aquellos 33 meses de reclusiones, «volví a La Felguera y recibí muchas palizas en las comandancias de la Guardia Civil. Había un teniente, Berenguer, descendiente del Berenguer de la dictadura. Estaba en la Comandancia de Barros, empeñado en encontrar a mi padre. Ponía delante de mí un despertador grande y señalaba una hora: "Cuando llegue aquí, me habrás dicho dónde está tu padre", y un golpe y otro...».

A aquel joven comunista le citaban en la Comandancia «a las once de la mañana, con lo que no podía trabajar; iba a la de Tuilla, por ejemplo, andando, y tenía que estar allí sentado un par de horas. "La semana que viene preséntate en Barros", me decían, y, si no había paliza, a las dos horas me iba».

Por fortuna, a Vicente Rodríguez le surge una oportunidad cuando piden voluntarios en la Comandancia de Marina de Gijón. «Me presenté, me admitieron y embarqué en el "Cervera" para la instrucción». Aquella ironía del destino, la de servir en el buque que le había capturado años atrás, se volvió incluso un sarcasmo cuando «el cabo de la batería del buque que había bombardeado Gijón se enteró de que había un gijonés a bordo y me llamó: "Vaya paliza que os dimos", me dijo». Después, «me demoraron la licencia seis meses y había vacante en Gijón, en la Comandancia, así que fui como secretario del juez de Marina, Juan González Toca. Por allí pasaban los jefes de Duro Felguera y del astillero de El Dique, así que le pedí un certificado de buena conducta a mi superior y también alguien me dio una tarjeta de recomendación».

Para entonces, «había echado novia en Gijón, y después hice algo en la construcción, pero decidí presentarme a Dimas Menéndez, que era jefe en Duro Felguera. No era fácil que te recibiera. Había que rellenar un papel y razonar la visita». Vicente Rodríguez rememora, asimismo, que «toda mi familia había trabajado en Duro Felguera».

Cuando Dimas Menéndez le recibe, «me pregunta: "¿Es usted ex combatiente?". "Serví en el 'Cervera' durante la Guerra Mundial". "Enséñeme documentos". Le mostré también los documentos que me habían dado en la Comandancia. "Con estas cartas y tarjetas pase usted por las oficinas de la empresa". El lunes siguiente empecé a trabajar. Entonces, me casé».

Vicente Rodríguez trabajó 27 años en Duro Felguera. En el presente mantiene una espina clavada. «Pedí los datos que tuvieran de mí a los archivos de la Guerra Civil de Salamanca, Guadalajara, Ávila y al Ministerio de Defensa y me contestaron que no había referencia alguna sobre mi persona durante aquellos 33 meses de reclusión. Pero tiene que haber documentos, porque en Fuenteovejuna había intendencia militar». El veterano gijonés afirma que «no persigo una indemnización, pero sí documentos que digan que fui antifranquista y que por ello fui a un campo de concentración, pese a mis 16 años. En balnearios, ciertamente no estuve. Quiero un papel que diga que estuve en el batallón de trabajadores número 131, 4.ª Compañía, de Fuenteovejuna. No sé adónde tengo que ir a por ese papel. Aparte de eso, yo no fui nadie».

«Hay políticos revolucionarios y de salón; Carrillo lo es de salón; mi padre o estaba en la cárcel o perseguido»

«Volví a La Felguera y recibí muchas palizas en las comandancias de la Guardia Civil; querían encontrar a mi padre»

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(Texto incrustado, a posteriori, para contextualizar el primero)

SOBRE LO MISMO, HABLA LA MEMORIA DE OTROS:
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Caracas, 11-11-2008


De: MANUEL DA ROURA
Para: RIODERRADEIRO

Querido sobrino: Por medio de un motorizado recibí del secretariado de “La Hojilla” tu e-mail, en el que un señor llamado Vicente Rodriguez cuenta sus aventuras y desventuras durante y después de la Guerra Civil española, intentando, de alguna manera, hacer contacto con quien sea que pueda orientarlo en la consecución de un informe que respalde su condición de luchador comunista y antifranquista

Yo no puedo ser ese alguien pero, algunas cosas que plantea el tal e-mail me hicieron recordar hechos que, aunque no ayuden al hombre, por lo menos me dan pié para decir lo poco que sé sobre una pequeña parte del caso: El “campo de concentración abierto” de que habla el señor Vicente Rodriguez, ha debido estar al otro lado de la playa de la Virxen, yendo hacia Noya, por allá por Valdexiría. O sea que bien pudo ser la fábrica de conservas de los Romaní. Esta edificación, que no sé si aun está en servicio, tenía en el centro un amplio claro, a modo de claustro, donde las obreras hacían su trabajo al aire libre. Solo unos techos laterales cubrían los lagares de piedra. Este almacén, o cualquier otro cercano que desconozco, puede ser lo que el señor Rodriguez llama “campo de concentración abierto”. En Muros y sus alrededores no veo terreno alguno que haya sido propicio para el encierro de soldados enemigos y ni siquiera el clima se prestaba para el caso.

El “campo de concentración cerrado” es otra cosa. Ese si sé lo que fue, para que fue y, además su exacta ubicación. Efectivamente, allí estuvieron presos cientos (o miles) de excombatientes rojos durante la guerra, y no sé por cuanto tiempo. Todos ellos procedentes del frente de batalla cantábrico (o lo que quedaba de él). Lo que Rodriguez llama “campo de concentración cerrado” era, ni más ni menos, el almacén de Vieta, sito un poco antes de llegar al faro de Rebordiño, saliendo de Muros.

Tengo una anécdota personal en cuanto al almacén de Vieta y a sus presos: Un día mi madre, llegando del trabajo, allá en Muros, me dijo:-“Manoel, dixéronme que os presos de almacén de Vieta, cansados de comer solamente sardiñas en escabeche, venden por tres pesetas o latón que lles dán. ¿Por qué tí non vas mañán e tratas de comprar un?”- Y allá fui yo. El portón que daba (y sigue dando) a la carretera estaba abierto y un centinela, portando su fusil, montaba guardia en el dintel. Lo saludé y humildemente (o temerosamente, vaya usted a saber) le pregunté si podían venderme un latón de sardinas. - “¿Traes tres pesetas?”- Si- “Dámelas”. Se las entregué, llamó al cabo de guardia, le dio el dinero y dijo: “Unas sardinas para este muchacho” y…Me vine para casa mas contento que unas pascuas. Durante unos días tuvimos un sabroso menú.

O sea que los presos, por medio de sus guardianes, vendían sus sardinas de las que seguramente estaban hasta la coronilla, por unas pesetas que les permitían comprar comida diferente u otras cosas que necesitaban.

Meses después salí hacia Avilés para embarcar en mi primer barco y, porque no decirlo, para ejercer mi primer trabajo remunerado. Un año después regresé y, en aquel almacén, no quedaba nadie. Ni soldados ni presos. Esto es todo lo que sé de los prisioneros a los que el señor Rodriguez alude.
Repito: Del “campo de concentración abierto” no sé nada, pero no descarto que lo hubiera.

Mi estadía en Asturias se limitó al puerto de San Juan de Nieva, en Avilés. No conozco Gijón ni la Felguera. Por ese tiempo, la Guerra Civil se estaba dando en el centro de España y en todo el litoral mediterráneo hasta Málaga y, por donde yo andaba o navegaba, era zona de Franco.

No tengo conocimiento de que en territorio del distrito de Muros se hayan producido asesinatos de prisioneros de guerra. Si mataron algunos, fue en otros lugares a donde quizás habían sido trasladados. Pienso que, en nuestra zona, con excepción de Don Luís Barrena, Don Alvaro y el viejo masón de Esteiro (como lo nombra Carlos Fernandez en un libro editado por Ediciós do Castro) no hubo mas muertos políticos.

Todos los barcos franquistas que Rodriguez nombra los recuerdo, y aún serví en alguno de ellos. Porque yo estuve en la Marina de Guerra desde Septiembre de 1942 a Octubre de 1946. Cuando la Guerra Civil era ya cosa digerida, tanto por moros como por cristianos. Me sorprende que el crucero Almirante Cervera haya funcionado como lugar de instrucción marinera, por cuanto el Cuartel de Instrucción de El Ferrol cumplía con ese cometido desde siglos atrás. Puede ser que el señor Rodriguez y algunos otros provenientes del campo enemigo hayan sido una excepción. Es posible que, en ese sentido, se hayan dado circunstancias especiales que desconozco.

En cuanto a las desavenencias dentro de la dirigencia comunista, su frecuencia ha sido el pan nuestro de cada día. En todo momento se pelearon todos contra todos. Pelea que alcanzó su punto álgido después que terminó la Guerra Civil. Se llamaron de todo menos bonitos y hasta las antipatías personales las disfrazaron con dogmas y cismas que jamás fueron descifradas honestamente. En estas acusaciones destacó, sin lugar a dudas, el nunca bien ponderado Don Santiago Carrillo, expertísimo secretario general, de por vida, del Partido Comunista en el exilio; hoy ya felizmente arropada su ancianidad en el acogedor regazo del Partido Socialista de Gonzalez y de Zapatero; sigue disfrutando del calor y la admiración de todo español bueno y decente, casi en olor de santidad: “¿Cómo le va, Don Santiago?”, decía Don Juan Carlos de Borbón y Borbón cuando se lo presentaron. Bueno, supongo que este último no es más digerible que el viejo sinverguenza.

Regresando al caso del señor Rodriguez, pienso que si busca un informe sobre su pasado de perseguido político, para reclamar luego el derecho a presentarse como antifranquista activo, temo que en Muros no va a conseguirlo. Echa tú, Manuel María, un vistazo a esa tierra, que conoces mejor que yo, y dudo que, en tal sentido, pienses que Vicente Rodriguez ha de conseguir un papel o un solo apunte que confirme su estadía en los dos campos de concentración muradanos que nombra.

De todos modos, si contactas con él, dale un abrazo de mi parte. Yo también soñé.
Sin embargo he vivido mucho y, por lo tanto, he visto muchas cosas y puedo decir como el poeta: “Los sueños, sueños son”. Quedan ahora las realidades que, con demasiada frecuencia apestan.


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