martes, 18 de noviembre de 2008

"Aznar, cronista del edén iraquí".

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JOSEP PERNAU.

He leído un texto estos días que me ha hecho retroceder medio siglo en el túnel del tiempo. No por los hechos que narra, que son de nuestros días, sino por ser una lectura modélica para una familia de orden y buenas costumbres. Narra el autor la vida en Oriente Próximo, especialmente en Irak, donde la guerra por una causa justa depuró a la sociedad de la perfidia de Sadam Husein, dándole su merecido, lo que hizo posible un cambio que las generaciones admirarán. Se ha extinguido la violencia y padres e hijos van a la mezquita los viernes a rezar por la libertad que el pueblo ha descubierto, y para que gobernantes serios y responsables sigan siendo merecedores de la confianza que les otorga la ciudadanía. Y toda esta gran obra ha sido posible porque la democracia se ha impuesto en una tierra que no la había conocido en todos sus siglos de historia.
¿Y a quién las generaciones tendrán que agradecer tan magna obra? Pues a George W. Bush, que quiso convertir las viejas tierras de Babilonia en un paraíso terrenal puesto al día. Pero toda gran obra requiere un cronista de excepción, y en este caso ha sido José María Aznar, quien en el diario francés Le Figaro ha puesto su pluma al servicio de un gran proyecto, que él apoyó desde el primer momento. Se nota en el texto el orgullo del colaborador español, que acompañó al presidente norteamericano en horas de soledad e incomprensión. No fue tan limpia la operación como la pinta el cronista y no han sido tan colaterales como los presenta los daños causados a las personas.
Aun así, se comprende la emoción del que escribe. Su admirado George termina su mandato y, en el momento del adiós, una lágrima le resbala por la mejilla.

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